Camino de Santiago
EL CAMINO
Capellán ,usted ya sabe lo que yo pienso de este viaje,le sigo porque con vuesa merced ,su santidad, puedo comer, y no morir famélico, pero ya echo mucho de menos mi aldea, a mis dos jóvenes hermanas, a mi madre y un poco a mi padre,sabe?
Hace ya un poco de frío pero ya se siente la sal en la brisa , la sientes? me dijo.
Usted tendrá deudas pendientes con el apóstol, pero lo mío es simplemente aventura.le dije
- calla y apresura el paso, ya estamos llegando, han sido casi tres semanas. ya tenemos perdonados más de la mitad de nuestros pecados - dijo el capellan-
-Ven aquí,rápido,mira al final de mi brazo extendido,al final de mi dedo índice lo que marca,ves lo que hay ahí!
-Si lo veo vuesa santidad, si,si ,lo veo! una iglesia, una catedral muy alta,casi roza el cielo!.
- Pues ahí nos aguarda el Santo Santiago Apóstol , mi bien querido José.
-Ya con los pies no puedo,vuesa merced, llevo casi descalzo desde Burgos-,le dije - debio pagarme su compañía , la reparación de las sandalias en aquel antro y usted me dijo que Dios proveería. Eso no es justo Capellán
- la justicia no es del hombre,sino es propia de Dios.me dijo
-Recuerda también aquellos que quisieron asaltarnos? Tuvo usted suerte que aún soy joven y golpeo fuerte,no es nada fácil este camino, capellán.
Eran casi las siete de la noche , empezaba a anochecer y por fin llegamos a la plaza del Obradoiro. Aún estaba llena de tiendas ofreciendo comida caliente , quesos de todo tipo, longanizas rojas y de sangre,vino a granel, cordero en brasas, costillas y cabezas de gochon.
Las mujeres contaban las monedas, abrigadas , embozadas, hacia frío aún en mayo a ésas horas.
Seguimos caminando,no quisimos parar a comer y saciar las ganas que teníamos.
Mi maese iba delante apresurado, separando a brazos la multitud,hasta que quedó parado,nadie había ya en derredor.
Alcé la vista y la.vi.
-por fin hemos llegado amado José-dijo Cipriano el capellán-.
la gran Catedral compostelana permanecía erguida sin mácula.
Nos acercamos,subimos la escalinata ,ya no sentíamos dolor en los huesos, solo ardor placentero en el alma.
En la entrada, acariciarnos el magnanimo parteluz, los pocos rayos de luz dorados perdidos, atravesaban el pórtico de la gloria y nos azotaban el rostro.
Entramos cansados, sedientos,somnolientos y hambrientos.
Mi amado capellán cayó de hinojos al inicio de la nave central. El triforio estaba repleto de hermanos esparcidos por el suelo.
Después de más de dos minutos,lo ayude a levantarse.
Habíamos llegado.
Sabía que ya podía morir en paz y que todos mis pecados serian perdonados .
Comentarios
Publicar un comentario